domingo, 20 de septiembre de 2015

Escuchando pensamientos: Sobre Adrian Levi y My hidden pockets



Hace tiempo tuve el honor de que mi amigo Jordi y el músico Adrian Levi me acompañaran en la presentación de Una casa holandesa; luego ambos, que en realidad son la misma persona, quisieron contar conmigo en el generoso concierto que Levi ofreció en la galería de arte Mr. Pink. 






Preparé entonces un breve texto que pudiera servir, aunque nadie, ni siquiera él mismo lo necesitara, para decir algo a propósito de su estupendo disco y comprometido proyecto "My hidden pockets". 

Era este:





Escuchando pensamientos: Sobre Adrian Levi y My hidden pockets



"Que las canciones son pensamientos que paran el tiempo, lo dejó dicho Dylan. Además, de acuerdo con el poliédrico autor de Highway 61 Revisited, escuchar una canción es (o quizás mejor es también) escuchar pensamientos. 

Que la intención de hacernos pensar está contenida en el más específico afán de hacernos disfrutar con unas estupendas canciones queda patente en el discurso de fondo que Adrian Levi ha escogido para iniciar su disco de debut. Un disco destinado a una escucha emocionante, atenta y pausada, esto es, un disco consignado a detener con canciones llenas de pensamientos el tiempo: «I have a dream».

Efectivamente, el sonido tras bastidores que abre los primeros compases de My hidden pockets es el inconfundible «Yo tengo un sueño», el discurso que el 28 de agosto de 1963 pronunciaba Martin Luther King en las escalinatas del Monumento a Lincoln durante la Marcha sobre Washington por el trabajo y la libertad, esto es, el jalón más conocido en el arduo (y habría que añadir que todavía inacabado) trecho del Movimiento por los Derechos Civiles en EEUU.

Canciones como pensamientos y pensamientos que paran el tiempo, habría pronto que aclarar que la inclusión de un referente fundamental en la estimulación de la conciencia civil por parte del músico Adrian Levi no es una cuestión gratuita ni un ejercicio ornamental: desde la primera a la última de las nueve hermosas canciones de este músico elegante y concienciado se caracteriza por añadir a la belleza propia de su melodía un impulso crítico, o como se dice ahora, un impulso social, un impulso que además, me parece sumamente acertado en su contenido. ¿Por qué?





My hidden pockets (Nevada Musirecords, 2015) abre con «Draw the line», una interpelación tan directa como actual, tan vigente como necesaria, no a la homilía abstracta que, buscando un objeto lejano, se reconforta a sí misma, sino una reflexión muy concreta acerca de la comodidad de nuestras convicciones. Todos somos virtuosos, se podría decir, incluso cuando se pone a prueba nuestra virtud… exhibimos entonces la virtud de la imperturbabilidad y del aplazamiento. Narcisismo de la bondad como impostura moral (it´s so bold speak about the other´s cold / sitting in the fire), la canción de Adrian Levi es toda una instancia a pensar sobre nosotros mismos. Nuestro país, es preciso recordarlo, no ha superado el test de su racismo más cercano: el de la minoría étnica gitana, portadora de esa «inquietante diferencia», por decirlo con la antropóloga Teresa San Román.


It´s so nice when we say we accept another skin
It´s so nice when we say we defend diversity
It´s so brave to geta long behind the wire
That makes our prejudice
It´s so bold to speak about the other´s cold
Sitting by the fire


Inmediatamente después, cuando uno empieza a percibir que está no sólo ante un disco bello o de una primera escucha muy agradable sino ante algo más… aparece la canción que acaso justifica la presencia de uno aquí (tan diletante en cuestiones musicales): «Dead Kisses». La adaptación de Los besos muertos, un poema que compuse hace tiempo, evidencia que ha sido Adrian Levi quien ha sabido encontrar y aún más, extraer belleza de esa suerte de hojas muertas que caen una noche alevosa, inopinada, sorpresivamente danzando sobre el catre. The ghost inside your steps / the poems from your past /  were riddles of my pain no son versos de E. E. Cummings (podrían serlo), son la expresión personal de un compositor sensible y sobresaliente.

Insistía Dylan –frente al ánimo explícito, por ejemplo de Lou Reed por aportar una sensibilidad literaria al rock and roll– en que sus canciones no tenían mensaje sino que se limitaba a cantar lo que pensaba, lo que incidentalmente podía evocar algo en los demás. Yo creo que este matiz se puede afortunadamente predicar no sólo del single «Dead Kisses», sino, en general, de todo My hidden pockets, temas folk-pop cantados ásperamente en un estupendo inglés con una tan crítica como sugestiva capacidad de evocación… 


Sí, en general caracteriza a esta álbum la extraña capacidad de evocar propia de la música. Estupenda prueba de ellos son «Make me smile» con una cadencia destinada a recordarse: through the snow, and the rain, / and the sun when you´re falling o I´m so sorry, quizás el tema más introspectivo del disco: I never felt the earth beneath my feet begin tu crumble and fall, se dice. Folk de tono confesional pero también de una lucidez universal: por dentro todo está lleno de bichos.





«Cuando supe que él era totalmente impermeable a Dostoievsky y a la Música –escribe en un célebre aforismo, Emil Cioran–, me negué, a pesar de sus grandes méritos a conocerlo». A contrario, la música suscita afinidades y en algún punto fraternidades. Es así que en la oscuridad de la sala podemos sentirnos pasajeramente tan cercanos a aquellos con quienes compartimos un concierto de Micah P. Hinson o de Sun Kill Moon. Y al revés, todo se nubla de extrañeza cuando alguien nos confiesa que nada le dicen los Ramones, Marianne Faithfull o Tom Waits. Sintiendo y deteniéndose a pensar canciones como «President» (una suerte de plegaria invertida) uno cae en que la boutade del autor de Ese maldito yo no es (para aquellos a los que nos interesa por igual la música y la filosofía) sino la advertencia honesta de un melómano al que no es difícil imaginar escuchando, tras otra lúcida noche de insomnio, las Variaciones Goldberg con el puño apretado entre los dientes: 


When I hear what you say
I would cut off your voice
When I see what you´ve done
I would give you on choice
I would send you there
Where the mothers cry
With the widows you´ve make
With your guns and your lies


Sentimiento hesiódicos de justicia, plegaria del inocente mirando de reojo a los verdugos: «President». Dicen los neurobiólogos (profesión sin desempleo en el futuro) que la música se almacena en el cerebro allá donde uno guardaría las joyas más preciadas. Uno no sabe, no puede saber, por qué hay momentos, por ejemplo cuando escucha los hermosos heptasílabos de «Your shame» o las interrogaciones retóricas como las de «Winter Ashes» (would you say I´m ready to ambrace your sin?) en que la analogía del lugar donde almacenamos las melodías escuchadas del pasado con una caja fuerte parece cargada de sentido. Uno también se ha preguntado por qué razón a mitad de escucha de este disco tan emotivo ha recordado que sus pensadores favoritos, sus filósofos de guardia, por así decir (de Hume a la Escuela de Frankfurt pasando por Nietzsche o Kierkegaard) han dedicado sus mejores líneas a las emociones o a ese arte que Hegel definió como Kunst des Gemüts (arte del ánimo): la música no es solo expresión de sentimientos particulares, sino de algo más amplio situado incomparablemente arriba de cualquier otro lenguaje. Es por ello (porque la música trasciende la emoción particular) que no falta en el disco el más universal (y más enigmático) de los sentimientos: el amor sobre el que han cantado en medio de la noche desde los grillos del Jurásico a la Sharon van Etten de Love more o Your love is killing me. Con todos ustedes, «Love is». 


we are in the candles in the rain
love is shear
we are crowds without a name
you have walls you can defend
love is fear


«Sarajevo», el tema que cierra el disco, es una cuestión aún de actualidad. La capital de Bosnia-Herzegovina no es sólo la ciudad donde se inició la Primera Guerra Mundial (una de las primeras vergüenzas del siglo XX, ese réptil totalitario) o la ciudad que sufrió a mitad de los años noventa uno de los más atroces asedios de la historia, Sarajevo es también la Jerusalén de Europa, un concepto lleno de peligros, quizás también, como los temas de Levi, lleno de esperanza o, parafraseando el conocido verso de Hölderlin, lleno de salvación.




Disco de escucha atenta y pausada, más luminosa que sombría, disco de música y de letras que, como esas personas empeñadas en medio de la acera en recordar, invitan a desacelerarnos también en nuestro andar y detenernos a pensar en el camino. Creador, mucho antes de My hidden pockets, de fantásticas melodías como Possible o Marshmallows, Adrian Levi no es deudor sin embargo del pasado y menos aún de sí mismo porque los que tenemos la enorme fortuna de conocer a su autor sabemos que es un músico pero también una persona llena de talento de esos que siempre miran adelante, la postura más vertical y más honesta de crecer.

Estrofas de arte mayor, himnos hipnóticos, apelaciones irrebatibles, poemas musicales, estribillos lisérgicos, melodías luminosas, sintaxis fulguradas de repente de una umbría melancólica (como las fotografías entre sombras del magnífico libreto que acompaña el disco) sirven a Adrian Levi, de manera afín a la cita de Dylan con la que comenzábamos, para detener el tiempo y escribir, en los márgenes más nebulosos del CD, descripciones críticas del mundo y de las cosas, textos meditativos cargados de razón.






Cierren los ojos y busquen, lectores de pensamientos musicales, entre los pliegues de los bolsillos de este trabajo de Adrian Levi, advertirán hermosas melodías y pensamientos resplandecientes, pero también al revés, clarividentes armonias y bellos pensamientos; llamadas a la conciencia, risas de niño, ecos de Andreas Johnson, Joseph Arthur, Barzin o… the boss, latidos de corazón. Por si fuera poco, prueba del sincero compromiso y del ánimo con el que Adrian Levi ha concebido este proyecto, una importante parte de su venta será destinada a causas sociales: predicando con el ejemplo o espíritu draw de line.

Cada época tiene sus aberraciones y sólo el lento ocurrir del tiempo permite –en el mejor de los casos– apreciarlas en toda su vergüenza y magnitud. Ocurrió en el pasado, por ejemplo, con la esclavitud o la exclusión política de la mujer. Cuestiones ambas defendidas por gente con traje serio y voz engolada. Nada hay escrito en el mapa de las estrellas acerca de que nuestra época se libre de extravíos de semejante envergadura. Apuntada la encantadora perfección pero también la sensibilidad y la inteligencia de nueve temas que invitan a pensar, queda fuera del disco el mundo con sus bestias. El mundo embrutecido, con toda su miseria y su injusticia pidiendo a gritos que algo transforme el lodazal. Corresponde a los músicos y a los poetas dirigirse a la bestia con el única arma que, como conocemos por el clásico cuento de Beaumont, resulta frente a ella poderosa: la belleza.

Pero de eso sabe Adrian Levi mucho más que yo."





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