lunes, 14 de diciembre de 2015

Microtextos de sádicos, gatos y estrellas: un adelanto






Mientras escarbo en el solar del barrio chino junto a otros gatos buscando todos un gato que tuve cuando niño, caigo en que detesto las bolsas de plástico y las pilas y los perros y no sólo la deyección de perro y el lacerante cristal de las bombillas rotas, sino también los círculos mentirosos de cartón con forma de moneda y el daño que se hace al cuerpo con el cristal y el fuego, y, en relación con esto último, los ojos sucios y la recurrente pericia de los sádicos. 

Es decir, indagando casualmente en los modos de las dichas de la infancia, olvido, de acuerdo con la poética que precisamente caracteriza a los solares, que lo que echa escombro y polvo en esos vericuetos oscuros de lo que llamamos por comodidad el mal, parece hallar su propio solaz regenerativo exactamente en lo que detestamos de los otros (no sólo de los sádicos, por supuesto). 

Pienso en esto, en eso y en aquello mientras todos elevamos el hocico a las estrellas a punto de darnos por vencidos. 

Y sin embargo, me dice de repente el más bigotudo de mis acompañantes (foto de mi gato repartida a todos los gatos que me ayudan) me dice ese gato, cuando, qué raro, siempre pensé que era de todos el más tonto, me dice, señalando con su patita de goma allá abajo en el pasado no sé qué: «he oído un fragmento profundo de miau».




*




Me asombra por el igual la voluntad de desollar a un ser humano vivo que la luz de las estrellas, las mareas o el proceso por el cual el agua se supera por efecto de la Luna, incluso cuando, como en el caso de la tortura del cuerpo, lo provoque alguien que tiene la misma forma que yo.



*




Y como no es precisamente cortesía del hombre frente al gato dejarle pasar delante, sino que parece que éste siempre se lo exige (aunque luego se detenga de golpe el gato en el pasillo como a reflexionar un segundo irresponsable y loco acerca de esto haciéndonos algunas veces trastabillarnos y caer) tampoco definimos siempre lo que queremos pensar como cayendo en que resulta complicado resolver aquello sin subestimar lo que las palabras, el término analizado, puedan referir. 

Dicho de otra forma, para evitar tropiezos al andar con estos animales es prioritario clarificar conceptualmente poética, pasillo y gato.




*





Para el niño el pasillo es un océano. Un piélago si de mayor se hace poeta.




*



Han vuelto a enviar a un grupo de ancianas a descoyuntarse de mí y de mi gato. No sólo quieren burlarse de nosotros, quieren que encima nos sintamos raros, culpables y mal.



*




La música pero también el gato como experiencia particularísima de la vida: repentina y avasalladora.




*



El idioma de los gatos como el lenguaje de los sueños: el sobrentendido. 

En ellos (en los sueños) tanto la escena más bizarra como la circunstancia nunca vista suceden la primera vez exactamente como solían hacerlo.










miércoles, 7 de octubre de 2015

He estado buscando a alguien



El año pasado pedimos al director de unos céntricos cines de nuestra ciudad que proyectaran algunas películas (al menos algunos pases de esas películas) en versión original con subtítulos. 





Con unos niveles aceptables de alfabetización, el hecho de seguir doblando al castellano todas las películas rodadas en inglés, japonés o alemán nos parecía injustificable. 






Uno se pierde el trabajo de la actriz o del actor, la modulación de su voz, su risa, su temblor o su llanto: una parte importante de su trabajo actoral.




Además, siempre me ha parecido que el doblaje es un desatino que guarda un desagradable aire de familia con las religiones. 






Aunque lo que a mí me parezca, por supuesto, da igual, bueno, en realidad todo da igual.





Efectivamente, todo da igual. Al final nos hicieron caso. Fuimos corriendo a los primeros pases en versión original. Estaba la película y su idioma original, las butacas, todo eso y nadie más.





Robert Foster (ex- Go-Between): I´ve been looking for somebody 



domingo, 20 de septiembre de 2015

Escuchando pensamientos: Sobre Adrian Levi y My hidden pockets



Hace tiempo tuve el honor de que mi amigo Jordi y el músico Adrian Levi me acompañaran en la presentación de Una casa holandesa; luego ambos, que en realidad son la misma persona, quisieron contar conmigo en el generoso concierto que Levi ofreció en la galería de arte Mr. Pink. 






Preparé entonces un breve texto que pudiera servir, aunque nadie, ni siquiera él mismo lo necesitara, para decir algo a propósito de su estupendo disco y comprometido proyecto "My hidden pockets". 

Era este:





Escuchando pensamientos: Sobre Adrian Levi y My hidden pockets



"Que las canciones son pensamientos que paran el tiempo, lo dejó dicho Dylan. Además, de acuerdo con el poliédrico autor de Highway 61 Revisited, escuchar una canción es (o quizás mejor es también) escuchar pensamientos. 

Que la intención de hacernos pensar está contenida en el más específico afán de hacernos disfrutar con unas estupendas canciones queda patente en el discurso de fondo que Adrian Levi ha escogido para iniciar su disco de debut. Un disco destinado a una escucha emocionante, atenta y pausada, esto es, un disco consignado a detener con canciones llenas de pensamientos el tiempo: «I have a dream».

Efectivamente, el sonido tras bastidores que abre los primeros compases de My hidden pockets es el inconfundible «Yo tengo un sueño», el discurso que el 28 de agosto de 1963 pronunciaba Martin Luther King en las escalinatas del Monumento a Lincoln durante la Marcha sobre Washington por el trabajo y la libertad, esto es, el jalón más conocido en el arduo (y habría que añadir que todavía inacabado) trecho del Movimiento por los Derechos Civiles en EEUU.

Canciones como pensamientos y pensamientos que paran el tiempo, habría pronto que aclarar que la inclusión de un referente fundamental en la estimulación de la conciencia civil por parte del músico Adrian Levi no es una cuestión gratuita ni un ejercicio ornamental: desde la primera a la última de las nueve hermosas canciones de este músico elegante y concienciado se caracteriza por añadir a la belleza propia de su melodía un impulso crítico, o como se dice ahora, un impulso social, un impulso que además, me parece sumamente acertado en su contenido. ¿Por qué?





My hidden pockets (Nevada Musirecords, 2015) abre con «Draw the line», una interpelación tan directa como actual, tan vigente como necesaria, no a la homilía abstracta que, buscando un objeto lejano, se reconforta a sí misma, sino una reflexión muy concreta acerca de la comodidad de nuestras convicciones. Todos somos virtuosos, se podría decir, incluso cuando se pone a prueba nuestra virtud… exhibimos entonces la virtud de la imperturbabilidad y del aplazamiento. Narcisismo de la bondad como impostura moral (it´s so bold speak about the other´s cold / sitting in the fire), la canción de Adrian Levi es toda una instancia a pensar sobre nosotros mismos. Nuestro país, es preciso recordarlo, no ha superado el test de su racismo más cercano: el de la minoría étnica gitana, portadora de esa «inquietante diferencia», por decirlo con la antropóloga Teresa San Román.


It´s so nice when we say we accept another skin
It´s so nice when we say we defend diversity
It´s so brave to geta long behind the wire
That makes our prejudice
It´s so bold to speak about the other´s cold
Sitting by the fire


Inmediatamente después, cuando uno empieza a percibir que está no sólo ante un disco bello o de una primera escucha muy agradable sino ante algo más… aparece la canción que acaso justifica la presencia de uno aquí (tan diletante en cuestiones musicales): «Dead Kisses». La adaptación de Los besos muertos, un poema que compuse hace tiempo, evidencia que ha sido Adrian Levi quien ha sabido encontrar y aún más, extraer belleza de esa suerte de hojas muertas que caen una noche alevosa, inopinada, sorpresivamente danzando sobre el catre. The ghost inside your steps / the poems from your past /  were riddles of my pain no son versos de E. E. Cummings (podrían serlo), son la expresión personal de un compositor sensible y sobresaliente.

Insistía Dylan –frente al ánimo explícito, por ejemplo de Lou Reed por aportar una sensibilidad literaria al rock and roll– en que sus canciones no tenían mensaje sino que se limitaba a cantar lo que pensaba, lo que incidentalmente podía evocar algo en los demás. Yo creo que este matiz se puede afortunadamente predicar no sólo del single «Dead Kisses», sino, en general, de todo My hidden pockets, temas folk-pop cantados ásperamente en un estupendo inglés con una tan crítica como sugestiva capacidad de evocación… 


Sí, en general caracteriza a esta álbum la extraña capacidad de evocar propia de la música. Estupenda prueba de ellos son «Make me smile» con una cadencia destinada a recordarse: through the snow, and the rain, / and the sun when you´re falling o I´m so sorry, quizás el tema más introspectivo del disco: I never felt the earth beneath my feet begin tu crumble and fall, se dice. Folk de tono confesional pero también de una lucidez universal: por dentro todo está lleno de bichos.





«Cuando supe que él era totalmente impermeable a Dostoievsky y a la Música –escribe en un célebre aforismo, Emil Cioran–, me negué, a pesar de sus grandes méritos a conocerlo». A contrario, la música suscita afinidades y en algún punto fraternidades. Es así que en la oscuridad de la sala podemos sentirnos pasajeramente tan cercanos a aquellos con quienes compartimos un concierto de Micah P. Hinson o de Sun Kill Moon. Y al revés, todo se nubla de extrañeza cuando alguien nos confiesa que nada le dicen los Ramones, Marianne Faithfull o Tom Waits. Sintiendo y deteniéndose a pensar canciones como «President» (una suerte de plegaria invertida) uno cae en que la boutade del autor de Ese maldito yo no es (para aquellos a los que nos interesa por igual la música y la filosofía) sino la advertencia honesta de un melómano al que no es difícil imaginar escuchando, tras otra lúcida noche de insomnio, las Variaciones Goldberg con el puño apretado entre los dientes: 


When I hear what you say
I would cut off your voice
When I see what you´ve done
I would give you on choice
I would send you there
Where the mothers cry
With the widows you´ve make
With your guns and your lies


Sentimiento hesiódicos de justicia, plegaria del inocente mirando de reojo a los verdugos: «President». Dicen los neurobiólogos (profesión sin desempleo en el futuro) que la música se almacena en el cerebro allá donde uno guardaría las joyas más preciadas. Uno no sabe, no puede saber, por qué hay momentos, por ejemplo cuando escucha los hermosos heptasílabos de «Your shame» o las interrogaciones retóricas como las de «Winter Ashes» (would you say I´m ready to ambrace your sin?) en que la analogía del lugar donde almacenamos las melodías escuchadas del pasado con una caja fuerte parece cargada de sentido. Uno también se ha preguntado por qué razón a mitad de escucha de este disco tan emotivo ha recordado que sus pensadores favoritos, sus filósofos de guardia, por así decir (de Hume a la Escuela de Frankfurt pasando por Nietzsche o Kierkegaard) han dedicado sus mejores líneas a las emociones o a ese arte que Hegel definió como Kunst des Gemüts (arte del ánimo): la música no es solo expresión de sentimientos particulares, sino de algo más amplio situado incomparablemente arriba de cualquier otro lenguaje. Es por ello (porque la música trasciende la emoción particular) que no falta en el disco el más universal (y más enigmático) de los sentimientos: el amor sobre el que han cantado en medio de la noche desde los grillos del Jurásico a la Sharon van Etten de Love more o Your love is killing me. Con todos ustedes, «Love is». 


we are in the candles in the rain
love is shear
we are crowds without a name
you have walls you can defend
love is fear


«Sarajevo», el tema que cierra el disco, es una cuestión aún de actualidad. La capital de Bosnia-Herzegovina no es sólo la ciudad donde se inició la Primera Guerra Mundial (una de las primeras vergüenzas del siglo XX, ese réptil totalitario) o la ciudad que sufrió a mitad de los años noventa uno de los más atroces asedios de la historia, Sarajevo es también la Jerusalén de Europa, un concepto lleno de peligros, quizás también, como los temas de Levi, lleno de esperanza o, parafraseando el conocido verso de Hölderlin, lleno de salvación.




Disco de escucha atenta y pausada, más luminosa que sombría, disco de música y de letras que, como esas personas empeñadas en medio de la acera en recordar, invitan a desacelerarnos también en nuestro andar y detenernos a pensar en el camino. Creador, mucho antes de My hidden pockets, de fantásticas melodías como Possible o Marshmallows, Adrian Levi no es deudor sin embargo del pasado y menos aún de sí mismo porque los que tenemos la enorme fortuna de conocer a su autor sabemos que es un músico pero también una persona llena de talento de esos que siempre miran adelante, la postura más vertical y más honesta de crecer.

Estrofas de arte mayor, himnos hipnóticos, apelaciones irrebatibles, poemas musicales, estribillos lisérgicos, melodías luminosas, sintaxis fulguradas de repente de una umbría melancólica (como las fotografías entre sombras del magnífico libreto que acompaña el disco) sirven a Adrian Levi, de manera afín a la cita de Dylan con la que comenzábamos, para detener el tiempo y escribir, en los márgenes más nebulosos del CD, descripciones críticas del mundo y de las cosas, textos meditativos cargados de razón.






Cierren los ojos y busquen, lectores de pensamientos musicales, entre los pliegues de los bolsillos de este trabajo de Adrian Levi, advertirán hermosas melodías y pensamientos resplandecientes, pero también al revés, clarividentes armonias y bellos pensamientos; llamadas a la conciencia, risas de niño, ecos de Andreas Johnson, Joseph Arthur, Barzin o… the boss, latidos de corazón. Por si fuera poco, prueba del sincero compromiso y del ánimo con el que Adrian Levi ha concebido este proyecto, una importante parte de su venta será destinada a causas sociales: predicando con el ejemplo o espíritu draw de line.

Cada época tiene sus aberraciones y sólo el lento ocurrir del tiempo permite –en el mejor de los casos– apreciarlas en toda su vergüenza y magnitud. Ocurrió en el pasado, por ejemplo, con la esclavitud o la exclusión política de la mujer. Cuestiones ambas defendidas por gente con traje serio y voz engolada. Nada hay escrito en el mapa de las estrellas acerca de que nuestra época se libre de extravíos de semejante envergadura. Apuntada la encantadora perfección pero también la sensibilidad y la inteligencia de nueve temas que invitan a pensar, queda fuera del disco el mundo con sus bestias. El mundo embrutecido, con toda su miseria y su injusticia pidiendo a gritos que algo transforme el lodazal. Corresponde a los músicos y a los poetas dirigirse a la bestia con el única arma que, como conocemos por el clásico cuento de Beaumont, resulta frente a ella poderosa: la belleza.

Pero de eso sabe Adrian Levi mucho más que yo."





viernes, 18 de septiembre de 2015

martes, 21 de julio de 2015

Ximo Rochera: Hermosa casa del temblor y de la risa: sobre el primer título de Ediciones Canibaal

Hermosa casa del temblor y de la risa: 
sobre el primer título de Ediciones Canibaal
Ximo Rochera

Que Una casa holandesa (ego) aforismos en Word, poemas con auto-reverse (Ediciones Canibaal, 2014) es una obra personalísima y atípica es una cuestión sobre la que cabría insistir una y otra vez, o como diría su autor, García Cívicouna, otra y otra vez.
De entrada, el título que cobija este volumen inclasificable, cuidadísimo, bello y «con marchamo de objet d´art» con la que Ediciones Canibaal abre su colección de libros, parece plantear tanto una revisión sobre los géneros literarios breves más o menos convencionales, como razonables dudas acerca de cuál sería el estante idóneo para cobijarlo en la librería o cuál el rótulo de la sección donde emprender mejor la tarea de su crítica.
¿Qué es un (ego) aforismo? ¿Qué significa que estos estén escritos en Word? ¿Y qué implica que un poema tenga auto-reverse? ¿Dónde ubicar un volumen donde emergen, recurriendo a la imagen del también raro Felisberto Hernández como islas de plantas en la casa inundada, derivas, poemas con pasatiempo, aforismos, adhesiones musicales, fotografías, microrrelatos, preguntas, improbables vidas de santos, monólogos teatrales de ciencia ficción, oración fúnebre para hormigas, glosa de sueños y una alambicada serie de pequeños nuevos géneros de naturaleza hiperbreve?
En primer lugar, la afortunada expresión «(ego) aforismo» en su título remite al objeto de lo tratado en el libro brevemente: un aspecto particular del sujeto contemporáneo, su ego. La pregunta acerca de por qué el formato en Word, la responde el propio autor tanto en el frontispicio de Paul Valery (había contraído yo ese mal, ese gusto perverso por la reasunción indefinida y esa complacencia por el estado reversible de las obras) como en el epílogo o meta-pecio final: el procesador Word como metáfora no sólo de la posibilidad de regresar (añadir, quitar, corregir) ad nauseam sobre el texto sino también de la fragilidad y de la vacilación: escribir en Word no es como tallar en una piedra, trazar el relato de lo vivido o de lo pensado, tampoco lo es.
He aquí una primera clave para la lectura de este libro tan particular que presentamos: hasta en los enunciados más sencillos que contiene anida tanto la conciencia de la fragilidad de la escritura, y por tanto de la vida, como las vívida contradicción entre el inexorable fluir de nuestra existencia y el carácter móvil, diríase que inquieto, del pasado. Con todo ello, este libro, en el tono de esos chistes que los protagonistas de filmes americanos se permiten en situaciones terminales, no es en ningún momento ni atormentado ni sombrío sino amable y luminoso; incluso cuando se coincide en definir el mundo como un lodazal, leemos: «Nada era hermoso. Dejemos de mistificar tanto el pasado. Sin embargo fue real: una forma incontestablemente superior de la hermosura».
En lo que toca a la ubicación de este volumen, compendio de géneros, todos breves, me da la impresión, tras la pausada, sorprendida y emocionante lectura de Una casa holandesa (ego) aforismos en Word, poemas con auto-reverse (en adelante Una casa holandesa) que este libro debe ubicarse definitivamente en la sección de poesía. Libro muy poético pero no por la poesia de varios registros que contiene (poesía convencional conceptual, concretismo) insertada de forma natural entre los aforismos, sino por el empuje, por el impulso, por así decir, que anima toda la obra. Tal es el aliento poético, el cuidado métrico, la búsqueda de la eufonía y el tratamiento rítmico de los (ego) aforismos y no sólo de los poemas en Word.
Una casa holandesa es una obra personalísima de rótulo y género atípico es por ello que la hemos escogido para la colección de Ediciones Canibaal.
Sobre el autor, García Cívico (Valencia, 1969) es un peculiar cultivador de géneros muy diversos. Aunque en la actualidad es profesor de Filosofía política y del derecho en la Universitat Jaume I de Castellón, Cívico ha desarrollado los trabajos más dispares (la mayor parte de ellos viajando por el extranjero) y es colaborador y crítico literario en publicaciones muy diversas. Sobre sus obsesiones temáticas, de García Cívico resulta posible encontrar rebuscadas reflexiones –muchas de ellas al límite de lo verosímil– que ponen en contacto, por ejemplo, los ferales o niños selváticos con la filosofía jurídica («Ser niño lobo y otras naturalezas descorazonadoras»); la música punk con las tesis socio-cinematográficas sobre la comedia sentimental de Stanley Cavell; los libros autobiográficos de Werner Herzog o la Europa devastada tras la derrota del nazismo con la última adaptación de Pierre Drieu La Rochelle («Repentina conciencia de una simetría de la desolación»); la correlación entre el calentamiento global y la proliferación de artistas polacos; el cine de Ingmar Bergman con el grupo pop-folk norteamericano Decemberists («Cómo sobrevivir al invierno de la posmodernidad»); sumarios de lo que Cívico llama originalmente los torcidos, escritores raros o malditos que abandonaron paralelamente dos universos normativos, el universo legislativo y el del canon estético dominante: de Franz Kafka a Javier Tomeo; de Witold Grombowicz a Macedonio Fernández. Todas ellas en la sección de fitzgeraldiano título («Hermosos y malditas») que mantiene en la Revista on-line El Hype. Investigador invitado en numerosas universidades extranjeras, ha colaborado también en Pasajes Revista de Pensamiento o en la edición española de Le Monde Diplomatique.
Por su parte, la editorial Canibaal trata desde 2013 de acercar las vanguardias del siglo XX y las tendencias actuales más novedosas. El propio nombre de la revista Canibaal que le dimos hace ya varios años deriva de la fusión entre Cannibale, la dadaísta editada por Francis Picabia en 1920 y Baal Babilonia el título del patafísico Fernando Arrabal. Con cuatro números editados creemos que Canibaal puede ser ya un referente entre las revistas ilustradas de alta calidad en lengua castellana y ha contado gracias al impulso de Pinto Briones, Aldo Alcota, Fran Amador y yo mismo, con colaboraciones de artistas y escritores de la talla de Francisco Ferrer Lerín, Enrique Vila-Matas, Alejandro Jodorowsky, Agustín Fernández Mallo, Julián Herbert, Mario Santiago Papasquiaro, Antonio Beneyto, Carmen Calvo, Ana Curra, Chema Madoz, Jacobo Siruela y muchos otros que han elogiado el riesgo y la oportunidad de una publicación así.


Una casa holandesa, el volumen que abre ahora su colección de literatura se presenta, en el formato típico de los productos al que damos sello made in Canibaal como un obra total. Tan es así que si es cierto que las obras de arte contemporáneo o de vanguardia tienen una fracción de imagen y otra teórica o discursiva –que sugiera modos de entenderla y disfrutarla– lo mismo ocurre con esta suerte de paseo pornográfico por el corazón del envés del narcisismo. La obra de la artista plástica Carmen Calvo, Premio Nacional de las Artes Plásticas 2013, «Cuando el bosque tiembla y sangra» escogida como imagen de la cubierta apunta muy bien el falso tono introspectivo o de (ego) ficción de la casa holandesa pero es el estupendo prólogo del crítico, poeta y profesor universitario Pablo Miravet lo que, según lo veo, suministra explícitamente las claves de su comprensión y disfrute.

En primer lugar, esta suma de textos breves (nanotextos, aforismos, microrrelatos y micro-retratos, anécdotas barrocas o burlescas y poemas) no es ni una miscelánea de fragmentos casualmente distribuidos ni en modo alguno la obra de un sujeto complacido ni obsesionado con su yo; «más bien al contrario: los señuelos egotistas (empezando por el rótulo del libro) dejados en el camino apenas encubren una continuada –y francamente divertida– tarea de auto-demolición». Como continúa Miravet, el egotismo de Cívico es un «egotismo negativo», y su trabajo literario de auto-observación sarcástica y zaheridora se inscribe, filosóficamente hablando, en lo que de modo tentativo cabría llamar la «herida narcisista». Sí, a las clásicas mortificaciones al yo expresadas por Freud en su Introducción al psicoanálisis, propinadas por la astronomía (sacando a la Tierra del centro del Universo), la biología (situando al hombre no como privilegio de la creación sino como deriva de un primate) y el propio psicoanálisis (privando al yo, merced al «resto» existente entre la psique y la conciencia, del pleno dominio de su casa) Una casa holandesa añade otra: para Miravet, «la ironía filosófica y el poder corrosivo del texto de Cívico radica en que el autor recusándose mediante la auto-demolición pone al mismo tiempo en solfa al tiempo narcisista o egotista que vivimos y padecemos.
Una casa holandesa acoge, sobre todo, aliento poético y risas oscuras –a la vez divertidas y terribles– a propósito del carácter ínfimo de nuestra existencia y en particular sobre la solemnidad con que nos tomamos el yo. Creo que se puede decir que la forma y el fondo van en este libro coherentemente de la mano: si de la existencia humana destaca sobre todo su brevedad, el formato para contarla ha de ser nimio. En efecto, partiendo de la nuestra ridícula ontología, el ánimo del autor no es otro que reírse profundamente del ego narcisista considerado como expresión más actual (e improcedente) de lo solemne. La trasparencia de una forma rebuscada pero amable de pensar y de sentir («trato de hablar siempre con alguien como si su madre estuviera delante» dice Cívico en un ego aforismo), la apertura a la vez inteligente y tierna de observar pasajeramente el mundo aclaran pronto el significado de la imagen-metáfora «casa holandesa» desde donde se observa con lucidez el pensar y el sentir más íntimos pero a la vez las señas típicas del tiempo que vivimos.
Procede, además, otra advertencia al lector de este libro desconcertante y cautivador: la ironía puede ser oscura y rebuscada pero siempre está ahí. Lo está incluso cuando el autor menciona esos días en los que «la muerte se antoja más llevadera que la vida», cuando define el genocidio como actividad propiamente humana, trae a colación el barroco fúnebre de Barthes o recuerda la historia del hombre, en expresión de Hegel, como inmenso matadero. Incluso cuando el microtexto remite a las noticias sobre la antropofagia de grupos criminales salidos de la guerra de los Balcanes, el motivo que mueve al autor a escribir, o como diría él, a escribirse en Word, no es otro que la búsqueda y la ganas de compartir la risa. Esa risa que expresada en la sátira y la parodia tiene como presa favorita —como sabemos por Rabelais, Cervantes o Jonathan Swift—lo solemne.

Cabe insistir: lo solemne no es el ego solo, el objeto solemne que Cívico toma como presa de sus poemas y aforismos, es, en el plano más individual también el yo, más concretamente la seriedad con la que nos tomamos a nosotros mismos, la vanidad, la afectación o el narcisismo; y ampliando el espectro –en un plano colectivo– la nación, la crueldad, las religiones, el terrorismo «y el resto de deportes de equipo», el tiempo y en concreto las confusas nociones de progreso y de futuro. En consonancia con tal impulso temático, es posible comprender mejor por qué poemas ejemplares como el que abre el libro («Hipopótamos») terminan… ¡con un pasatiempo!


Sí, en un momento en la que el narcisismo de la imagen, de la virtud, del expediente o de la carrera es todo un signo epocal, Una casa holandesa con toda su tonalidad introspectiva conduce, como se ha señalado acertadamente, a través de las más finas de las auto-parodias, a través del más melancólico de los (ego) fustigamientos a través de aforismos y poemas desprovistos de solemnidad y grandilocuencia, hacia temas universales. Temas que constatan lo breve, lo frágil, pero también en muchos puntos la belleza de lo ridículo y de lo risible que hay en nuestra peculiar naturaleza: la infancia, el viaje, la decepción y la muerte. Escribe Cívico: «A veces temo o me temo que todos, todos sin excepción, vayamos a morirnos o a morir».

Tras «Hipopótamos, poema con pasatiempo», el volumen abre con una sección cuyo rótulo debe matizarse: Pornografías. «De bebé me gustaba pasar las horas fumando desnudo delante del espejo» es un claro ejemplo de la intención estética y del valor de verdad que cabe otorgar a muchos de los nano textos de esta sección. ¿Sólo una broma? En realidad de lo que se está tratando una, otra y otra vez es de la trampa del tiempo: «Levantarse calibrando la irreparabilidad del futuro, aventurando el pasado, ese lapso de tiempo impredecible». En efecto, como leemos más adelante, es el futuro lo que resulta no sólo predecible sino ontológicamente irremediable. En él nos espera de forma indefectible la muerte. Sin embargo, el pasado se presenta como lapso breve asombrosamente dúctil y, lo que es más desconcertante, divertidamente impredecible. La pornografía aparece, empero, al situar la mirada que aventura el pasado, demasiado cerca del objeto y no siempre resulta fácil al lector distinguir el gesto puramente punk y la sonrisa divertida de su autor, es quizás en este punto donde aparecen justificadas tanto las fotografías del propio Cívico sobre muros y solares que evocan la España de los años 70 como el aparato musical suministrado a pie de página.
Al retrato fragmentado de episodios personales (en realidad universales) sobre la niñez (estupenda la visión de la manipulación de los recuerdos de la infancia por parte del adulto descrita como «traqueotomía antes de tomar el postre») sigue una serie de aforismos más o menos ortodoxos («No terminar de encontrar una postura cómoda en el intervalo que media entre el ovillo uterino y la rigidez post mortem») que tienen la decepción como tema nuclear. La nostalgia de las primeras lecturas (Robert Louis Stevenson, Alan Poe, Conan Doyle o H. P. Lovecraft son héroes que aparecenuna, otra y otra vez en el volumen) va de la mano de un proceso de contrariedad: el mundo no le llega a la literatura a la suela de los zapatos. A partir de ahí, se hace evidente que el de Cívico es un libro tierno pero sumamente afilado, resentido y agradecido al arte, un libro lleno de un pesimismo agradable fruto de un primer optimismo… decepcionado.

Puestos a decepcionarse se poetiza aforísticamente una escalera de desencantos vertiginosa: primero la condición de bebé, los padres, desde luego, pronto la educación católica, enseguida la Iglesia y la patria, de ahí todas las religiones, todas las naciones, todos… los clubes de fútbol, la Historia toda. Pronto se desilusiona uno de la virtud; salta Cívico de ahí a decepcionarse del planeta, luego del sistema solar y del cosmos y al final… de uno mismo: «La Tierra es un esferoide oblato achatado por los polos, con un abultamiento alrededor del ecuador y una ligera inclinación hacia el mal gusto, la crueldad y el pensamiento reaccionario.»
A partir de ahí se suceden los dardos afilados, los microtextos tiernamente envenenados («Mi abuela era Nietzsche»), bellos poemas como el que homenajea al checo Bohumil Hrabal y que ha resultado incluido en distintas antologías («It feels like I´m everywhere»), retratos francamente divertidos como el que refiere la niñez de Heidegger o la huida del sociólogo T. H. Marshall ante el incremento de la miseria en España, nano textos particularmente acertados: «De repente ante los sueños como frente a la nevera: ignorando exactamente qué fuimos a buscar allí.»; «Su bicicleta se estrelló contra la montaña… no la vio venir»; «Podemos sobreponernos a todos los infortunios pero me temo que no a la felicidad», y así el libro condensa poemas sobre el amor conyugal y los suplementos dominicales de critica de productos culturales («Topless»), despedidas galácticas y metafísicas mientras suenan de fondo Simon & Garfunkel, máximas «mininas» nada adoctrinadoras, dardos sutiles en la línea musical dreampop Cocteau Twins-Beach House, consejos poco moralizadores, fracasos, humor negro, viajes, conciencia mórbida de la fugacidad, historias del hombre dormido sobre las que el maestro Lichtenberg invitó a pensar.

Que la de Cívico es una voz personal, y por tanto extrañísima, es una cuestión que se hace pronto evidente al lector que se acerca a este hermoso y terrible, aterrador y divertido volumen. Creo que Una casa holandesa, el ánimo holandés, «el vaciamiento Cívico», por así decir, es su particular, y en muchos puntos arriesgado intento de responder a los desafíos más conocidos de dos de las estrellas de su sistema solar o de lo que llega a llamar su «universo santo de hombre profano» Nietzsche y Gombrowicz: Respecto al primero Cívico ha tratado de crearse su propio valor. Respecto al segundo,Una casa holandesa con su insistente apelación a las virtudes del procesador de textos Word, resuelve de forma pragmática el desafío planteado en el Ferdydurke acerca de cómo dar forma permanente a la inmadurez.
Un volumen donde no falta nada, al revés. En muchos puntos se ha dicho, creo que con razón, que puede resultar excesivo (un efecto quizás buscado de su deliberado tono pornográfico), es por ello que se recomienda su lectura reposada, la digestión lenta y en caso de saturación, el aplazamiento para regresar tomado aire hacia él. El recargamiento de García Cívico es también un reflejo de la avidez y del capricho de vivir. En contraste con el mundo y con la vida el microcosmos del nanotexto muchas veces meta-poético, como prolongación modesta, y por tanto sincera, del universo artístico y literario resulta sorprendente y nada predecible.
 Pero me gustaría acabar suscribiendo el final del estupendo prólogo del primer título de nuestra colección. Dice Miravet que «la lectura demorada de Una casa holandesa suscitará todo tipo de sensaciones agradables en el receptor atento, a comenzar por la alegría, e incluso el júbilo, un júbilo equiparable al que experimenta el náufrago condenado a muerte cuando inopinadamente aparece una tabla salvadora en medio de la tempestad». Y luego: «Una casa holandesa no es una burda exhibición culti-herida, un ejercicio de showing off intelectual o, peor todavía, un desmelenado y gimnástico derrame de name-dropping. La tortuosa y prolongada gestación de este extraño y cautivador volumen –el formidable denuedo, los muchos años de lecturas y los desvelos epimeteicos que Cívico le ha dedicado– lo acercan, más bien, al dispendio, al derroche y al don, dicho esto en el sentido de que lo que te dispones a leer es una especie de «libro potlatch» alejado de cualquier cálculo contable y de toda previsión utilitaria, un regalo con el que el autor devuelve con creces lo que ha recibido y lo que ha hallado en su inacabada y tenaz pesquisa. Abre cautelosamente la puerta de esta casa holandesa, lector, y sé lento y cuidadoso. Tropezarás con gratas reviviscencias, sonreirás –y aun te reirás a carcajadas–, cabecearás en señal de aprobación, arquearás las cejas y, probablemente, te reconocerás en muchos ego-aforismos; tal vez te sea dado tomarte un respiro en una de sus habitaciones, en un pasillo, en la buhardilla o en la terraza, pero nada garantiza que puedas sentirte seguro.»

Ximo Rochera